viernes, 25 de abril de 2008

Saint La Morte and Baco...

Para jugar al truco se encontraron San La muerte y Baco en mi departamento. Nunca tuve habilidad para ese juego, pero me deleita ver los movimientos de los jugadores, las miradas, las palabras, las peleas que ocasionaba una sola carta. Mis invitados juegan entre ellos al truco siempre que caen por esas raras pero benditas causalidades de la vida, mientras me mantengo expectante, latente y ceremoniosa como musulmán en mezquita o un niño en navidad que espera los fuegos artificiales a las doce. Son ellos dos, mis más preciados amigos, que inevitablemente opacan mi propia y sombría existencia con una gota de ensueño y hasta una cuota de esa agradable locura que me endulza la amargura de la soledad.

San La Muerte, siempre es puntual, nunca llega en las vísperas, mucho menos después, es maquiavélicamente puntual, estructurado y hasta me atrevo decir que es un vulgar acartonado, porque debajo de esa ropa negra sobre su calavera y su inquietante hoz con olor a espadol, no hace otra cosa que pensar y organizarse para lograr verse más esquelético y maléfico. Su cuerpo pose los vestigios de una anorexia galopante, y sus ojos muestran el infinito en su versión más inquietante. Dejé de verle a los ojos porque me provocaba cataratas (de lágrimas obvio esta), solo lo recibo con una sonrisa de oreja a oreja y cierro los ojos para disimular, para parecer más agradable y no inquietar al huesudo.

Baco es otro asunto serio. Es un gordinflón cincuentón, que tiene el orgullo de decir, que por lo menos una vez en su vida supo ser feliz, y vive festejando el resto de su existencia por ese memorable momento. De curda en curda, se atraganta a más no poder. El no posee caprichos, los caprichos son deseos primitivos que no cumplimos, el los cumple a todos inmediatamente, sin discriminarlos, uno por uno. Siempre esta triste, pero nunca quiere mostrarse así, ni lo deja saber, esconde dentro suyo, una pena inmensurable. Es un tipazo, cuando se atreve a ser humano.

Los conocí en mi adolescencia cuando pase una temporada casi interminable en el infierno. Fueron en tiempos y lugares aislados, pero que los unían las mismas causas y consecuencias. Cuando se reunieron, se observaban como dos parias que se juntan en el exilio; se llevaron de maravillas, y nunca más se separaron. Quizás sea mejor así, porque hasta vi que ya hay en sus caras sensaciones diferentes; ahora San La muerte de tanto en tanto suele susurrar una lúgubre carcajada, y Baco, cada vez que entra a un bar suelta una lagrimeada a moco tendido en el baño, y vuelve a la normalidad para seguir mordiendo el pico de la damajuana. Si funciona para ellos esta unión bizarra de dos planetas, funciona para mí.

Personalmente creo que cuando la muerte tiene un leve aroma a vino y festividad, la vida suele ser más amena.

Ya los conozco a los dos como la palma de mi mano, y para entretenerme un rato suelo jugar a dibujarlos, con todo tipo de crayones, lápices, resaltadores, y si me siento muy inspirado hasta los dibujo con ojos.

Me encanta saber todo su modus operandi, me recuerdan a las calesitas maltrechas y destrozadas del parque, que no son solo predecibles y repiten las mismas dos canciones, sino que además buscan sacarme una sonrisa con sus ocurrencias.

Siempre llega San La muerte primero, pasa cerca de una hora, y recién cae con una caña de pescar volviendo de farra Baco, con un pestilente hedor de fermento de uva en su espesa barba. Hasta que el gordo aparezca siempre tomo té con mi cadavérico amigo, me acostumbre a su cháchara, a sus chismes, y hasta su manera tan plana de ver las cosas. Solía vivir renegando con sus papeles –cargarlos constantemente de aquí para allá le resulta un fastidio impresionante- los necesitaba para hacer estadísticas anuales y a estos les agregaba más cuadros aburridos, otros más tristes, otros grises, otros con aroma a velorio, y unos con números rojo sangre. En fin, La muerte puede llegar a ser muy burocrática cuando se la conoce a fondo. Gracias a Dios no reniega más, reclamó en el ministerio celestial, argumentaba que se encontraba abrumado de tanto trabajo sin sentido, y que no podía cumplir su responsabilidad principal que era transportar los últimos respiros hacia su morada final, ¡Qué se creían esos descarados, ya era una burla! Parecía más un barrendero, que La muerte. Después de una innumerable cantidad de razones por las que necesitaba una solución, el mismísimo Dios se cansó de sus quejas, y le adjudicó una laptop. No se lo escucha ni ve más fastidiado que de costumbre, creo que debe encontrarse satisfecho.

Cuando terminamos el té, un auto misericordioso y desconocido tira a Baco sobre la vereda, y por la ventana observamos su procesión quejumbrosa y rodeada de una nube de malas palabras hasta la puerta. Siempre le suplico que intente ser más precavido, pero él insiste siempre en hacer oídos sordos a mis palabras; como la vez en que robo un auto, y lo montó como si fuera un camello, pensando que se encontraba en oriente medio, y al pasar por un semáforo, lo confundió con una odalisca, todavía me encuentro traumado con esa escena. No quiero terminar de recordarla, solo te cuento que la policía terminó trayéndolo esposado con su amada: el semáforo avergonzado, que todavía tenía encendida la luz roja (solo que esa vez era un rojo intenso ¿Acaso estaba ruborizado?).

Después de que Baco se encuentra medianamente sobre sus propios pies, la batalla comienza, se sientan en los extremos de la mesa y se colocan sus gorritos –según ellos- reglamentarios (Yo averigüé a fondo en las reglas, parece que en verdad es solo un fetiche o preferencia de mis amigotes). San La muerte con cara de funeral emplea su gorro rosa afelpado junto con su mirada filosa; y Baco, con su sombrero cervecero destila competencia por los poros. Esta batalla mítica siempre dura hasta la hora señalada (hasta que empieza la novela de las seis), o por lo menos hasta que a la muerte le baje hambre o se le acabe al regordete su alcohol. Pero de todas sus peleas, recuerdo la más memorable jugada, y a pesar de que me pierdo entre las llamadas, las señas, las significantes y sonantes cartas por las cuales lloran sangre los jugadores, en medio de ese laberinto del minotaurio que es el endemoniado truco, está el diálogo entre ellos dos que me guía como hilo conductor.

Desafiante Baco con la mirada a modo de cowboy, clava desde sus labios la palabra “envido” en la calavera marmolada y barnizada de La muerte. Y como la muerte conoce el placer del miedo y del dolor, pausadamente exclama “Real envido”. A Baco se le escapaba el odio interno, y mientras le cruzaba los ojos y le sacaba la lengua al Huesos, confiando con su suerte y su esperanza de las cuales el rige por todo el vasto universo, intimidante pedía un “vale cuatro”. Y la muerte mostrando sus dos infinitos por los vacios donde debían encontrarse ojos, demuestra una perfecta calma al susurrar un “quiero”, y Baco enaltecido se paró y le tiró las cartas sobre la mesa encajándose un triunfo con un treinte y uno, y mientras estaba por dar su merecido trago triunfal, La muerte lo detuvo sonriente, porque sin duda sus treinta y tres eran mejores. El “Que hijo de puta” que gritaba el desahuciado Baco no terminaba de retumbar en todo el edificio, bajaba por las escaleras, y llegaba hasta todo los pobre transeúntes que pasmados por el tamaño de las palabrotas que inundaban la calle, apuraban el paso hasta el trabajo.

5 comentarios:

bzt: dijo...

me gusta como escribis, disfrute bastante el relato...tanto las lagrimas de baco como las risas del santo.
chusmeare seguido
ce vemos

belenchus! dijo...

gracias agradezco tu presencia, te agrego en mis links

Anónimo dijo...

jaja me gusto hace tiempo que no leia algo asi xD..
Espero algo nuevo pronto. Besos.. Joseph

Anónimo dijo...

Me encanto.. me atrapo... espero ver mas material y algun dia conocerte.
Continua buscando tu camino..estas cada dia mas cerca......
Atte.
Carlos
Montevideo - Uruguay

belenchus! dijo...

estem... me estan sonrojando che.....