domingo, 19 de octubre de 2008

Cadena de comas con kusturica

Unza Unza Time!



El moretón violeta de la caída en el colectivo fue irremediablemente una mejor solución de lo que pudo llegar a ser el resultado.

Me llevó tiempo descubrirlo, pero fue gracias al matemático de Memé que finalmente lo descubrí.

Me decía, me rogaba que imagine una ecuación. Debía tener en cuenta que X siempre va a ser el final. La operación va a mutar pero no el resultado. La X indefectiblemente va a ser un coma. Se puede llegar a travestir la operación de una exuberante multiplicación a una escuálida división. Siempre va a girar 180° sobre sí mismo, pero va a llegar también a una conclusión… Descubrir que X es un coma olvidado, en otra parte.

En mi ecuación, yo ya sé de antemano que el coma es una X, un crash, seguido de un grito, multiplicado por la aceleración y potenciado por mi peso, que da como un hermoso y redondo resultado un golpe directamente proporcional al de los años setenta.

Siempre debe terminar en comas. En un sanatorio, o en un hospital, o con un tanque de oxigeno, o con un poco de suero goteando ansioso por entrar al torrente sanguíneo.

Pero nuevamente, burla la realidad, esta existencia que me antecede, justo después del politraumatismo donde está ella tirada en el colectivo, o en la calle, ahogándose en un río, sangrando en la vereda, al costado de la ruta, en el baño, en la cocina, en el techo, o quizás cayendo del techo a un colectivo.

Siempre rodeada de gente, de personas intentando reanimarme, aglomerándose a la par mía, pegándose para dejarme respirar la última gota de aire, haciéndole tragar perfume a Belén, mientras me levanto, me limpio el polvo y pido disculpas por chocarlos al recaer.

Desgraciadamente nadie me dijo que me dejé olvidada a mi misma tirada sobre el asfalto. Por eso me levanto de los colectivos en las calles Vélez Sarsfield y Alsina, como si nada, pensando que tengo una imaginación pesimista al verme golpear promiscuamente en todas y cada una de las situaciones. Mientras la ambulancia levanta a la herida de atrás mío, y la lleva a la habitación 11 del Sanatorio Alberdi.

Recién después de más de casi dos décadas, descubrí esta aflicción dimensional.

Estos sucesos continúan provocando mi malestar, precisamente porque continúan ocurriendo. Y la vida sigue, permanezco cursando y recursando, las fallas y los errores no terminan de ocurrir, en esta arista o quiebre bidimensional.

Aquí, la saeta olvidada, donde pasos son puntos y se traza una línea que corta de tanto en tanto una porción de espacio y tiempo.

Mientras camino y paso por la calle, dudo mucho, si otra Belén se ha quedado atrás, siendo asistida por algún noble samaritano o estará quizás ya, el cuerpo médico de urgencias recogiéndome.

Continuamente una cadena de belenes y de comas aplauden a la gloriosa actuación de mi imaginación, que crecen con mis accidentes, empieza y no termina, camina sin tener patas, y cuando la nombre desaparece de mi neurosis.

Que costumbre la mía la de trazar entre realidades un puentecito de leche cortada y apuradas cotidianas a la universidad. Buscándole formas a los moretones, desinfectando heridas y arrollando cada vena con un corte transversal.

Inevitablemente algún día esta cadena debe parar, el carrusel que inició con el primer tubo de oxigeno, y que cuenta cada segundo, con la gota de suero que cae y recae como un reloj de agua.

Inevitablemente debe parar…

Y cuando menos lo espere, cuando preste atención y finalmente no me vuelva a caer con las baldosas maltrechas, en ese mismo momento, de la nada, la explosión no será tan fuerte como la vuelta a la rutina…

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